Roger Waters ofrece el show más deslumbrante que ha pasado por Chile
El inglés se presentó ante 50 mil personas en el Nacional con The Wall, un concierto cruzado por la tecnología embriagadora.
«Si a la primera no triunfas, prueba con un ataque aéreo». Esa amenaza desafiante, esa frase cargada de matonaje bélico, es la primera en aparecer pintarrajeada en la muralla escenográfica que decoró el primer show de The wall en el Estadio Nacional, cuando el espectáculo apenas contaba con un par de minutos. Más que un detalle de diseño, se trata de una advertencia explícita a uno de los inicios más apabullantes y demoledores que recuerde un megaevento local, sin tregua ni permiso para tímpanos despistados o exigentes: a las 21.30 horas, la tercera vez de Roger Waters en Santiago ya era carne y ladrillo con el comienzo de un show atiborrado por la alta tecnología, los mensajes de filo social y la reverencia a la historia reciente.
Un menú embriagador, saturado de estímulos auditivos y visuales, que pocas veces se había visto en Ñuñoa, sólo comparable al tour 360° que U2 desplegó hace casi un año, en marzo de 2011, en el mismo césped. Bajo el aviso de no tomar fotos con flash -sugerencia que nadie acató y que sonó casi ingenua ante tanto fetiche técnico- y con los diálogos de Espartaco, de Stanley Kubrick, como introducción, Waters sale a escena ante una muralla quebrada en la mitad, cuyos trozos laterales sirven como pantallas y se apoyan con otra circular en el medio de la escena.
Con el ex Pink Floyd vestido de negro y zapatillas, In the flesh? es el primer puñetazo. La pirotecnia se dispara sobre el montaje, el sonido cuadrafónico trepa por cada rincón del reducto y, sobre el final, la espectacularidad de un avión que sale desde el sector de galería y se estrella con la parte superior de la muralla. Las llamas sobre el escenario completan el cuadro. El aullido de asombro y bienvenida es inmediato. La pólvora aún merodea la atmósfera. La pared se ha empezado a construir.
Y también las obsesiones del cantautor: la postal cumple desde un principio ese viejo anhelo que poseía desde la gira de Animals (1977) que inspiró The Wall (1979), cuando odiaba a las audiencias y soñaba con un bombardeo sobre un concierto de rock. Otro guiño bélico, igual de personal, se ensambla con The thin ice: la imagen de su padre, fallecido durante la Segunda Guerra Mundial, se mezcla en las pantallas con víctimas de conflictos más recientes. Luego, casi sin respiro, las dos partes de Another brick in the wall rematan en el coro local de 16 niños -cuatro de ellos del Sename- que interpretan el estribillo y enfrentan la mítica marioneta del profesor obsoleto. «Fue emocionante conocerlo en el ensayo y tomarnos fotos con él», comenta Luis Riquelme (14) al finalizar la aventura y en referencia al ensayo de ayer a las 17 horas.
«Muchas gracias», dice el artista en español, agradece al grupo infantil y lee un mensaje dedicado a Víctor Jara y a todos los «desaparecidos, muertos y torturados» en el país. Además, alude a Miguel Woodward, el sacerdote desaparecido en 1973.
El aplauso es total. Un público mayoritariamente adulto -50 mil personas- que creció en los 80 escuchando ese casete de portada blanca cuadriculada y mirando la cinta de Alan Parker, y que ayer, más de 30 años después de ese impacto profundo, llegó disfrazado hasta con las máscaras alienadas de los alumnos que se convierten en salchichas.
Para ellos, impactados de que sus delirios de adolescencia hoy se proyecten en un muro de 76 metros de largo por 23 de alto -lejos la tarima más extensa que ha pasado por el país-, va otra desliz personal: Waters canta Mother y lo cruza con una escena de él mismo interpretando el tema en 1980. Y también otro anzuelo político: Goodbye blue sky muestra una flota de aviones disparando logos multinacionales -desde Shell hasta Mercedes Benz- junto a los símbolos del cristianismo, judaísmo y la fe musulmana, poniendo al mismo nivel las batallas económicas con las religiosas.
Con Goodbye cruel world se completa todo el muro -la muralla ya lo domina todo- y las pantallas dan paso a un intermedio de 20 minutos. Luego, la segunda parte guarda las cimas de Hey You, Comfortably numb -con Robbie Wyckoff haciendo las partes de David Gilmour y apareciendo sobre el muro, tal como el show de 1980- y la teatralización de In the flesh. El muro cae en The trial, pero el asombro de una noche mágica sigue en alto.
Fuente: La Tercera.com